martes, 20 de septiembre de 2011

VII

Preparo el desayuno. La noche anterior se había consumido entre copas y recuerdos, pocas risas y muchos llantos.  Me había confesado todas sus mentiras. Perpleja sólo pude contestarle con mi escudo de indiferencia. El silencio incomodaba a ambos, encendimos el televisor para evitarlo. Lo perdoné.  Nos acostamos sin pretender reprimir el deseo de nuestras pieles. Pero nos quedamos dormidos otra vez.
Dejo lista la mesa: dos tazas con té con leche, dos cucharas, un cuchillo, servilletas, una panera con tostadas, un platito con queso y una azucarera. Me dirijo a la habitación. Todavía está atrapado en un sueño. Lo observo. La bronca atraviesa mi mirada. Ya él deja de ser quien era. Me refriego mis ojos, igual delante de mí aparece una  bestia. La piedad se derrite como un hielo en el verano. La duda, también, se disuelve. Mi yo afectado lo incinera a Fidel. Lo amo de todas formas. 

Deborah Valado //Septiembre 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario