jueves, 24 de noviembre de 2011

Disciplina, locura y amor // PARTE UNO





Cultura del miedo, del ocultamiento del deseo, de las pulsiones más salvajes que movilizan al cuerpo. Entre las contradicciones cotidianas del querer y deber, de lo temido, de lo perdido, del sujeto que acaricia los males y penetra en las tinieblas, acá estamos… presos de ilusiones que también ya han sido enajenadas.


Desde el tren solidario de Evita, hasta los patrones de las multinacionales, los políticos en bancas cedidas por el voto universal secreto y obligatorio, la espera no deja de humillarnos. La delegación nos apunta el dedo para depositar culpas en otros agentes omitiendo que las autenticas micro revoluciones nacen del seno de uno mismo. Cuestionar, entonces, quién es uno mismo, develará los sueños del terror que fueron inculcados mediante las canciones de cuna, de la patria y los radiotransmisores con voces dominantes.


Acá estamos… disparando los cañones contra el pasado evadiendo que muchos sedimentos de la construcción militar aún no han sido barridos en este presente. Las paredes, ayer violentadas por los acosos de los cascos verdes, hoy son tapadas por nuevas requisas policiales en busca de cigarros de marihuana para sólo justificar el sueldo. Pero las noches no siempre serán victoriosas, las cargas de histeria en alguna mujer seguramente los retraerá a los llantos de los niños que sus pares secuestraron en aquellos centros clandestinos y la angustia los terminará de enloquecer.


Y los recuerdos no son sólo nacionales, vivimos en una América lastimada por las picanas electrocutantes de las mentes. En muchos casos, la coerción no ha sido necesaria. Los pequeños libretos de los dueños del poder fueron aprendidos por muchos padres y transmitidos a sus hijos. Escuelas, libros, guardapolvos, empresas, hospitales, iglesias: más instituciones que cercan la libido. Pero antes de todo ello, bien lo dije, los padres son los primeros en asfixiar nuestro cerebro. Y no son cuestiones de verdades absolutas, porque de las firmezas en las afirmaciones sólo se desprende mi locura por encasillar, la perversión, esa constante reiteración. Tal vez, todo ello devenga de esa palabrita denominada “alienación” multiplicada en los neo marxistas hasta para chamullarse minitas sin darse cuenta que ellos terminan representándola en el mismo acto alienante de quedarse encerrados hablando por teléfono anhelando la famosa revolución!


Y acá estamos… acá estoy desvelada de amor, de aquella debilidad que no pude descubrir hasta arrancar el lazo maternal por paradójico que haya sido. Porque el amor se supone universal, pero insisto, hay padres que hacen temer de él. La eterna enfermedad de la cobardía afectó mis acciones. Entonces, liberarme, también, me dio miedo. Estancarme igualmente. En el medio la vida, mi vida, dubitativa. Y las lecciones señaladas y aprendidas para no ser aislada en un loquero sólo me condujeron abrir la heladera al final del día, encontrar los bombones de chocolate vencidos del primer chico que tuve, comerlos con la vista, cerrar la puerta, volver a mirar novelas y no vivir! Tristísimo, ¡no quiero más eso! ¡Mejor, me voy a navegar!







Deborah Valado //2011

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