lunes, 30 de julio de 2012

Domingo


Giraba la calesita. Estaban las niñas de moños rosas sobre los caballitos. Se reían, masticaban caramelos, saboreaban chupetines de dulce de leche, se lanzaban  por la sortija. Yo simplemente las veía y me imaginaba ahí.
Los berrinches a mamá se iban junto al viento y los pasos al arenero. En la mochila no tenía la mejor muñeca, aún así, era mi preferida. Algunas veces se llamaba Margarita, otras, Mónica o Estela. En cada juego volvía a vivir y a morir.  Su tiempo quería ser igual al de las mariposas, nada de pasado, todo como una pompa de felicidad.
Ya era tarde, la esperaba el entierro. Deslicé la pala con mucha fuerza hacia un fondo incierto. De repente, mi impulso fue trabado. Del hoyo se asomó un duende con collares de perlas azules. ¡Diminuto ser encantador! Algo me quería decir, sin embargo, desapareció  cuando  me di vuelta para mostrarlo a mamá. 

Deborah Valado  //Marzo 2012

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