jueves, 9 de agosto de 2012

Decir adios

          Y le exclamé: ¡No me mires así! 
       Ante su persistencia, seguí tocando la guitarra para evitar esa mirada. Él contestó con un grito. Necesitaba mi atención. Pero no sé dio cuenta que debíamos distanciarnos. La costumbre podía seguir contaminándolo, asfixiando las arterias. Tiré de las cuerdas hasta destrozarle el corazón; la última melodía ya no había sido para él, sin embargo, la cantó. No podía salir, él estaba tirado enfrente de la puerta. No quería estar consciente, no quería dejarlo. Pero tampoco tenía el derecho de apropiarme de su inseguridad. Sólo soltando el bastón él podría encontrar su “verdadero equilibrio”. 
       Opté por recostarme en el sofá. Cerré los ojos. Su obstinada presencia, apenas, me permitió dormir 45 minutos. Trajo dos tazas de té y encendió el televisor. Sugirió el olvido, pero cedió la partida. Dejó la puerta abierta y me entregó la llave con la ilusión que alguna noche yo volviera. 

 Deborah Valado // Febrero 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario