miércoles, 1 de agosto de 2012

Disciplina, Locura y Amor // Parte IX


Nos disciplinan para que nos acostumbremos a la mierda que hay.
Nos disciplinan para que tengamos miedo de amar.
Nos disciplinan para que reprimamos nuestros deseos.
Nos disciplinan para que abandonemos nuestras convicciones.
Nos disciplinan para que inmovilicemos nuestros cuerpos.
Nos disciplinan para que nos sometamos a una sola visión del mundo.
Nos disciplinan para que nos conformemos con la miseria.
Nos disciplinan para que nos resignemos con facilidad.
Nos disciplinan para que seamos estructurados  y maniqueístas.
Nos disciplinan para que seamos consumistas del vacío superficial.
Nos disciplinan para que seamos dependientes.
Nos disciplinan para que en las relaciones prime el egoísmo.
Nos disciplinan para que acatemos las consagradas reglas.

         Me disciplinaron para que mordiera las palabras, las dejara guardadas entre las vísceras y me quedara callada para no alterar la supuesta normalidad. No fue casual  que la primera frase que dije fuera a mis tres años en la puerta del jardín diciéndole a la maestra que le ordenara a mi mamá que se volviera a casa. Fue una primera expresión de libertad. Tardé tres años en pronunciar algo más que “má” / “pá”, todos  ya pensaban que era sorda, muda,  pero no veían que sólo era miedo ante las presiones del alrededor que ya absorbía. Tampoco, tal vez,  no fue casual, que siempre tuviera anginas, y que sufriera de asma a los 4 años, las palabras quedaban atascadas ahí entre el pecho y las amígdalas. Pero el cuerpo sí habla, siempre me habla y me dice, si no hablas, hablo yo, y eso es peor cuando se trata de enfermedades que pasa a manifestar. Aunque también,  tengo que saber que la verborrea de palabras tampoco es libertaria, sólo la pura expresión del sentir lo es.  Así que no me queda más que focalizarme en  expresar lo que siento para no padecer la vida! 

Deborah Valado // Agosto 2012

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